viernes, 26 de septiembre de 2008

LEA ANTES DE COMPRAR / de Sebastián Godoy (*)




¡Eso no puede ser un perro!, ¡si parece chancho!, ¿qué hace ese ciego con esa cosa? Y ladra. ¡Ah, es su lazarillo! Ah, sí, es un perro. Por lo menos a él lo ven, por muy feo que sea lo ven igual, en cambio a mí nadie me ve, soy invisible, el famoso, el de la tele. Ya no se qué hacer, me tiro talco todos los días para que me vean, pero el viento no tarda en llevárselo. Ya sé, me voy a pintar, amarillo, sí, es un buen color.

Ahí está ese perro de nuevo, me miró, me está ladrando, creo que me ve, ¡¡me veo, el perro me vio!!, sí, me vio, soy el más feliz del mundo, el perro me vio, y viene para acá, ay no perrito, no lo hagas, baja esa pata, no lo hagas, no me vayas a mear, se me va la pintura, perro de mierda inteligente, ¡me meó! Cómo no me di cuenta que la pintura era al agua.

(*) Un ejercicio express, hecho en el taller, a partir de un pie forzado.

viernes, 19 de septiembre de 2008

LA MOSCA DE MIGUEL


LA MOSCA QUE SOÑABA QUE ERA UN ÁGUILA
Augusto Monterroso & Miguel Sayago

Había una vez una Mosca que todas las noches soñaba que era un Águila y que se encontraba volando por los Alpes y por los Andes.

En los primeros momentos esto la volvía loca de felicidad; pero pasado un tiempo le causaba una sensación de angustia, pues hallaba las alas demasiado grandes, el cuerpo demasiado pesado, el pico demasiado duro y las garras demasiado fuertes; bueno, que todo ese gran aparato le impedía posarse a gusto sobre los ricos pasteles o sobre las inmundicias humanas, así como sufrir a conciencia dándose topes contra los vidrios de su cuarto.

En realidad no quería andar en las grandes alturas o en los espacios libres, ni mucho menos.

Pero cuando volvía en sí lamentaba con toda el alma no ser un Águila para remontar montañas, y se sentía tristísima de ser una Mosca.

Para no seguir sufriendo y sabiendo además que su existencia no duraría más de 24 horas, optó entonces por la vigilia, por todas las restantes horas que le quedaban de vida.

jueves, 18 de septiembre de 2008

EL ÁGUILA DE CAROLINA


(Como parte de los ejercicios hemos intervenido algunos cuentos. Uno de ellos fue el de Monterroso. Los talleristas trabajaron un nuevo desenlace para esa historia y aquí hay un ejemplo de eso)

LA MOSCA QUE SOÑABA QUE ERA UN ÁGUILA
Augusto Monterroso & Carolina Mosso

Había una vez una Mosca que todas las noches soñaba que era un Águila y que se encontraba volando por los Alpes y por los Andes.

En los primeros momentos esto la volvía loca de felicidad; pero pasado un tiempo le causaba una sensación de angustia, pues hallaba las alas demasiado grandes, el cuerpo demasiado pesado, el pico demasiado duro y las garras demasiado fuertes; bueno, que todo ese gran aparato le impedía posarse a gusto sobre los ricos pasteles o sobre las inmundicias humanas, así como sufrir a conciencia dándose topes contra los vidrios de su cuarto.

En realidad no quería andar en las grandes alturas o en los espacios libres, ni mucho menos.

Pero cuando volvía en sí lamentaba con toda el alma no ser un Águila para remontar montañas, y se sentía tristísima de ser una Mosca…

Finalmente, la Mosca no aguantó la angustia y, desesperada, se precipitó en picada (cual kamikaze) a una humeante sopa de tomates, que terminó siendo el más fiero volcán en erupción que ha calcinado a un Águila suicida y debilucha.

LA MOSCA DE MONTERROSO


LA MOSCA QUE SOÑABA QUE ERA UN ÁGUILA
Augusto Monterroso



Había una vez una Mosca que todas las noches soñaba que era un Águila y que se encontraba volando por los Alpes y por los Andes.

En los primeros momentos esto la volvía loca de felicidad; pero pasado un tiempo le causaba una sensación de angustia, pues hallaba las alas demasiado grandes, el cuerpo demasiado pesado, el pico demasiado duro y las garras demasiado fuertes; bueno, que todo ese gran aparato le impedía posarse a gusto sobre los ricos pasteles o sobre las inmundicias humanas, así como sufrir a conciencia dándose topes contra los vidrios de su cuarto.

En realidad no quería andar en las grandes alturas o en los espacios libres, ni mucho menos.


Pero cuando volvía en sí lamentaba con toda el alma no ser un Águila para remontar montañas, y se sentía tristísima de ser una Mosca, y por eso volaba tanto, y estaba tan inquieta, y daba tantas vueltas, hasta que lentamente, por la noche, volvía a poner las sienes en la almohada.

domingo, 7 de septiembre de 2008

EL ECLIPSE / Augusto Monterroso




Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.