lunes, 27 de octubre de 2008

LA NIÑA Y LA LECHE / de Paulina Silva (*)


Qué asco la leche, me carga. Es como comer goma líquida con olor a pata. En mi casa también me obligan a tomar leche pero por lo menos le echan Milo y me la dan helada, en cambio acá en el jardín la tía dice "ya, no sea mañosa" y me pasa esa taza horrible con Quik de frutilla y tibia más encima, ¡y a mí me viene una rabia!. Como que se ríe un poco la tía, como si se pusiera contenta de obligarme a tragarme esta leche gomosa de frutilla, ¡guácala!.
Así que acá estoy de nuevo, sentada frente a la taza fea y es como si el Quik también se riera un poquito, porque mis amiguitos ya terminaron sus leches y están jugando en los columpios. Agh, ¡yo quiero salir! y no me puedo mover de acá hasta que me la termine...

Ahí viene la Blanquita. Yo la vi en el reflejo del ventanal entrando despacito, parece que quiere asustarme porque la veo clarito como se acerca lento por detrás, y yo sigo con la cabeza en las manos y los codos en la mesa.
Veo sin entender mucho que levanta su mano para el lado y PAF me pega, ¡me pega fuerte con el oso ese que tiene y que no suelta nunca!. Yo siento como si el oso me gritara en la oreja, me duele ese lado y se me pone caliente y hasta me hace saltar un pinche. Me quiero poner turnia de la rabia y romper su oso con las tijeras de la tía, y decirle garabatos hasta que deje de reírse como pájaro, con ese hipo tonto que le da cuando se ríe a gritos, quiero hacer todas esas cosas altiro y más encima tengo antes que terminarme esta leche.

(*) Ejercicio voz narrativa en primera persona

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