sábado, 15 de noviembre de 2008

LA FUGA DE RODOLFO / de Magdalena Angerstein


Llevaba unos días intentando memorizar la rutina de Andrés. Diez para las ocho sale del departamento en dirección al colegio tras despedirse fugazmente de su madre. Un, dos, tres, cuatro segundos entre el abrir y cerrar de la puerta. Rodolfo se mira desesperanzado en el reflejo de la ventana que da a la calle. “Muy poco tiempo para un gato tan gordo y peludo". A las cuatro y veinte, vuelve Andrés. Toca la puerta, un, dos, tres, de siete a diez segundos después aparece Mamá, la duración del saludo será más largo y efusivo según su estado de ánimo, pero jamás durará menos de quince segundos. “Esa es mi única opción”, piensa Rodolfo mientras se lame la pata trasera con fruición. “Ese tiempo bastará para escabullirme y salir ¡por fin! a conocer la calle, ese paraíso lleno de gatos y otras especies que desde la ventana llenan de rabia y envidia a este gato de departamento”. Rodolfo elige un hermoso día soleado para concretar su fantasía. Un día de lluvia disminuiría el tiempo entre el abrir y cerrar de la puerta principal. Todo está fríamente calculado, nada ha sido dejado al azar. Mamá estará ocupada con su plato más demoroso, hoy es su aniversario Nº 12, debe impresionar a Papá. Como es día lunes, Andrés llegará sin amigos que dejen tiradas sus mochilas en la entrada, lo que entorpecería la fuga. El reloj de pared marca las cuatro, sólo veinte minutos. Todo sigue como está planificado. De pronto suena el timbre. “¡No, por favor no, que no sea la abuela que me agarrará y no soltará más! Tranquilo, tranquilo”, se alecciona Rodolfo, dando vueltas alrededor de la mesa de centro, al recordar que los lunes pasa el cartero. “En un minuto se habrá ido y en diez y nueve lo haré yo, y seré libre, libre al fin. Sin más mimos y tratos de peluche, ni insípida comida en lata. No más juguetes de goma. ¡Soy un gato por dios, un gato juega con ratones de verdad y pájaros que logra cazar tras un largo esfuerzo!”. Entre tanto pensamiento y rabia desbordada, Rodolfo no siente cómo se comienza a abrir la puerta principal del departamento. Al percatarse sale corriendo, el niño viene solo, Mamá está de buen ánimo y va a recibirlo. “¡Acá vengo mundo, eres todo mío!”. Dispuesto a dar el último salto que le dará la libertad, divisa algo que brilla en las manos de Andrés. “¿Un cascabel?”, se pregunta mientras disminuye el paso. “Mi dulce y pequeño niño, siempre pensando en este gato gordo y peludo”, se dice Rodolfo, ronroneando feliz alrededor de Andrés, olvidando por un par de horas sus ansias de libertad.

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